Leemos con horror en los periódicos la preocupante noticia del aumento de masa corporal media en los infantes que serán el báculo de nuestra vejez, a la par que los índices de colesterol en sus núbiles cuerpecillos asciende a cotas que podrían resumirse con la frase “hasta el infinito y más allá”.
Obviamente estas angelicales criaturas no tienen toda la culpa en esta nueva tendencia “estética”, a pesar que la ley del mínimo esfuerzo que han tomado como blasón sea el lastre a que se agarran para evitar, desde muy pronto, el asqueroso efecto de sudar.
En otros tiempos, cuando la clase media y media-baja tenían concepto de eso mismo y no de ser parientes consanguíneos de todos y cada uno de los miembros del Gotha, todo párvulo que se preciase ya había investigado varias leguas del territorio que circundaba su lugar de nacimiento, había trepado a todos y cada uno de los árboles, tapias, conejeras y ruinas de dudoso equilibrio que sus pequeños ojuelos pudieran divisar dentro de esas varias leguas, y había utilizado todo su sprint frente a agricultores, macarras, fuerzas de la ley, beodos, educadores y demás fauna habitual en pueblos, barrios dormitorio y pedanías.
Para matar el gusanillo, nada mejor que incautar ciruelas, naranjas o albaricoques de los árboles donde se subía, melones y sandias en las zonas de labranza y cañadú de postre. En casa, como mucho, pan con chocolate (pan pan y chocolate del duro) y para comer nada mejor que potaje de berzas, lentejas, pisto, filetes con nervio, besugo, migas y, en Semana Santa, torrijas. “Y lo que no te comas ahora, para la cena”.
La problemática actual a la que hacíamos referencia al principio podemos resumirla en una simple enumeración. Playstation, bollycao, Big Mac extra, toda la colección Disney, Pringles, gusanitos, pizza, “el niño, solo unas papas fritas con salsichas”, refresco de cola, gameboy, Burger King, “siéntate ahí que te pongo el video de Bob Esponja”, Petit suisse, “¡¡¡Yo no me como eso!!!”, Tuenti, …etc, etc, etc.
Luego, las escusas tipo: “Es que no los dejo bajar porque pasan tantas cosas malas y me los pueden raptar o, Dios no lo quiera, algo peor” solo sirven para que la congoja invada cada rincón del hogar y que, además de sobrepeso, los tiernos proyectos de personas desarrollen un pavor irracional al exterior. Y, no nos engañemos. Antes pasaban las mismas cosas que ahora, incluso bastante peores. La diferencia es que antes solo las daban en pequeñas reseñas de El Caso y ahora abren todos y cada uno de los informativos nacionales y extranjeros con todo lujo de detalles, en technicolor y dolby surround.
Toda esta perorata, como del abuelo cebolleta, sé que no convencerá a nadie y que todo seguirá transcurriendo por los cauces en los que se mueve actualmente. Pero solo quisiera hacer una pequeña sugerencia que podría rebajar, al menos, unos cuantos gramos. Por favor, por las mañanas, al llevar a vuestros hijos al colegio, aparcad los coches bastante antes de llegar y acercaros con ellos ANDANDO hasta allí. Veréis como, en algunos meses, esos pequeños paseos de 400 ó 500 metros alegran la vida de las básculas de vuestros cuartos de baño.
Y, además, nos alegraréis la vida a todos cuantos tenemos que soportar los atascos matutinos debidos a padres vagos llevando en coche a sus retoños hasta la mismisima puerta del colegio para que no suden.
Y, ¿con qué nos quedaríamos?